El ídolo por quien se incendió el Parque Asturias, llevó su arte al cine, al lado de Joaquín Pardavé
Cabello corto, rizado, un bigote de corte tintanesco y aquella sonrisa de galán que lo llevó del campo del parque Asturias al cine mexicano. Horacio Casarín Garcilazo, quien interpretó a Horacio Fernández en Los hijos de don Venancio (Joaquín Pardavé), fue ídolo del pasado futbolero, al punto de hacer películas, aun sin saber actuar. De esas historias de antaño que te llevaban de la risa al llanto.
Enfundado con la tradicional casaca azulgrana de los Prietitos del Atlante, Horacio ejecutó una chilena en pleno desenlace de la trama, que se estrenó el 12 de octubre de 1944 en el cine Palacio, situado en la calle de 5 de Mayo.
Por eso, cuando el ídolo fallaba algún remate en las plazas balompédicas, la afición se divertía gritándole: “¡Hijo de don Venancio!”, como lo comparte Emilio García Riera en su Historia documental del cine mexicano.
“Pardavé, quien protagonizaba a un padre gachupín con hijos mexicanos, era fanático del Asturias, pero en la cinta descubrió su inclinación por los Prietitos: “Soy mexicano, puesto que le voy al Atlante”, dijo don Venancio. Había obtenido su carta de naturalización, porque ser atlantista era ser mexicano. La moraleja de la película”, comparte José Manuel Núñez, hijo del general Núñez, propietario de esos azulgrana.
“No diría que era una dama, pero sí todo un caballero. No era presuntuoso, no se sentía como muchos que conocemos ahora. Era muy noble. Rara vez lo llegaron a expulsar. Quizá nunca...”, agrega Núñez.
Horacio Casarín jugó para Necaxa y Atlante, los dos equipos más queridos de los años 30 y 40: comenzó en 1936, al vestir la prenda a rayas rojiblancas de los 11 Hermanos. Su debut se dio en reemplazo del Moco Hilario López.
De ese Necaxa campeón, Horacio respiró la gloria (aun sin jugar): transformados los necaxistas en Selección Mexicana durante los III Juegos Centroamericanos y del Caribe —celebrados en El Salvador—, lo que significó el primer campeonato internacional en pro del país.
El ídolo nació con buena estrella. Querido como ninguno, al extremo de que su público se calentó en un duelo Asturias-Necaxa (1939), cuando lo vio salir en hombros del parque Asturias, con su rodilla destrozada. Le pegaron hasta que ya no pudo más. Por eso fueron incendiadas las tribunas de madera del inmueble, con Fernando Marcos como árbitro del encuentro.
En 1942 llegó al Atlante, el equipo del pueblo. “Era tan bueno que le cerró el paso al Dumbo Adalberto López, quien jugaba en las reservas azulgranas. Cuando trajeron a Horacio, no había espacio para dos futbolistas de ese tipo de juego”, comparte Núñez. “Era genial. Ídolo como apenas comienza a vislumbrarse El Chicharito Javier Hernández”, prosigue el viejo atlantista.
“Por Horacio Casarín se me caía la baba, era mi ídolo. Me sentaba junto a él cuando salíamos en autobús a cualquier plaza de provincia”, expresa el hijo del general.
Fue a Barcelona (1948), durante su efímero paso por la madre patria.
Su pronto regreso a México obedeció a que allá no le pagaban lo mismo. Casado, no le convenía arriesgar el aspecto económico, pero aún así abrió camino en el viejo continente, dado el interés mostrado.
De vuelta a nuestro país pasó al España, que desapareció en la temporada 1949-50. Entonces trató de colocarse en el viejo continente, pero Veracruz le coqueteó.
El resurgimiento del Necaxa lo impulsó a ponerse de vuelta la casaca rojiblanca, al grado que se hizo del título de goleo en la temporada 1950-51.
Su reencuentro con el atlantismo se produjo en 1953, como jugador y entrenador. “Salvó al Atlante del descenso. Incluso jugó una Liguilla para mantenerse en Primera”, explica Núñez, de 74 años.
Casarín volvió a la pantalla grande prácticamente con el mismo elenco de la cinta anterior, ahora bajo el título: Los Nietos de don Venancio, en 1946.
“Dígame ¿en cuántas películas ha salido Hugo Sánchez? En ninguna. Muchos dicen que es el mejor de México, pero fue más bien, el mejor mexicano en el extranjero. Horacio, en cambio, hizo época. Era un buen marido, un gran padre, un magnífico amigo... pero sobre todo, era calladito, un muy buen jugador”, asegura.
Hijo de clase media en los rumbos de la colonia Roma, Horacio nació el 25 de mayo de 1918. Su fallecimiento se produjo el 10 de abril de 2005, dos meses después de perder al amor de su vida, doña María Elena King. Afectado por el mal de Alzheimer durante una década, el ídolo cerró una imborrable página en la historia del futbol nacional.
Aquel galán de bigote corto y atlética figura permanecerá por siempre en el ánimo del México del siglo XX. Su estampa ya está grabada entre los ídolos de siempre, con todo y que cada que erraba, alguno que otro se quejaba: “¡Hijo de don Venancio!”.
Fuente: El Universal
3 Comentarios
Borra la mucha suerte.... Omar no merece eso...
ResponderEliminarEl muchacho Ivan tiene razon Omar no necesita la suerte...
Por que es un ser capaz...
es mejor desear le mucha suerte a un idiota que no conoces
mejor dicho todo lo mejor para el Omar
Enrique
Mis respetos para Don Horacio Casarin Garcilazo q.e.p.d, el Necaxa siempre fue el equipo de sus amores, por eso en cuanto Necaxa ingreso al Profesionalismo inmediatamente regreso en la Temporada 1950-51 para ser el Primer Campeón de Goleo en la Epoca Profeional con los Electricistas. Horacio Casarin y su esposa Maria Elena King quien vivia en Santa Maria La Ribera, Tambien quiero decirles que Joaquin Pardavé, Los 4 Hermanos Soler y el Panzón Roberto Soto fueron Necaxistas de hueso colorado en la gran Epoca de Los Once Hermanos, eso lo confirmo Raul Pipiolo Estrada, portero de los Once Hermanos, Taker Luego te mando una anecdota muy bonita de Don Horacio y de Doña Maria Elena King, ATte. Héctor G. Corona.
ResponderEliminarSi, alguna vez escuché al 'Pipiolo' decir eso. Mandame el material compadre, ya sabes que aunque a veces me tardo lo pongo.
ResponderEliminarSaludos
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